ε Historia Ci-Fi ε -------------- µ EL PERRO-ROBOT - ¿Y dice usted que este perro-robot me defenderá bien? No quisiera comprar algo que vale tanto y después que me atraque cualquier pelagatos por la calle. El dependiente asintió con la cabeza. - No se preocupe. Está totalmente comprobado y chequeado. No hay fallos po- sibles en su ordenador interno. Su microprocesador sería comparable a un Cray del año 2010. Andrés volvió a examinar al robot. Era una maravilla de la tecnología actual: un artefacto de defensa y ataque, del tamaño de un perro mediano y, naturalmen- te, con forma de perro. Sus dientes metálicos eran cortantes como hojas de afeitar, y las púas del lomo le daban un aire de agresividad que haría que los atracadores se lo pensaran dos veces antes de sacarle una pistola. El hombre que lo atendía le explicó las instrucciones de uso. - El robot responderá a su voz en caso de apuro, identificando al agresor entre todas las personas que se encuentren en su radio de visión. Es capaz de analizar las ondas cerebrales y atacar sin que se le haya de decir nada, pero usted también puede forzarlo si este mecanismo no actúa inmediatamen- te. Reconocerá su voz aunque tenga la boca tapada, y al mismo tiempo que ataca creará alrededor de usted una barrera de energía que repelerá posi- bles balas que le disparen. Lo único que tiene que hacer es apretar esta secuencia de números en su panel de control y decir cualquier cosa dirigida a él, y de esa manera le reconocerá para siempre. Ante las palabras "ataca" y similares, le defenderá. - ¿Y no sería posible que alguien comprara un robot así y lo utilizara para el crimen? - Como le he dicho, el robot analiza las ondas cerebrales. Ante una orden de ataque injustificada, la ignorará. Andrés lo pensó un momento. Al final, sacó su cartera. Sacó un fajo de bille- tes, contó el dinero que costaba y lo puso encima del mostrador. Andrés se jus- tificó: - Como verá, para llevar tanto dinero encima, necesito un buen guardaespal- das. - Estoy de acuerdo con usted. Después de realizar la identificación con el perro-robot, dijo adiós y se marchó de la tienda. - Realmente, espero que sea una buena compra. ¿Y por qué no probarlo?, pensó. Podría ir por los barrios bajos y oscuros y forzar a alguien a que le atacara. No debía hacerlo, porque no estaba seguro de que el robot funcionara correctamente, pero la tentación era muy grande. - ¡Que demonios! Así lo probaré. Andrés cambió la dirección de sus pasos y se dirigió hacia un callejon ilumi- nado por una única farola que daba una luz mortecina y amenazadora a los alre- dedores. Se encaminó hacia las calles más oscuras, y empezó a andar despreocu- padamente, como cebo. Al cabo de una hora, con el perro-robot detrás obedientemente, aún no había ocurrido nada. « Deben de haber desistido al ver al monstruo que llevo conmigo. Mejor será que me marche a casa », pensó. Se detuvo para encenderse un cigarrillo, y oyó un rumor de pasos a su espal- da. Se giró, y vió a cuatro sombras que se dirigían hacia él apresuradamente. - Vaya, vaya -, dijo una de las figuras. - Así que nuestro amigo pasea a su perro por aquí y nos trae regalos. Su primera reacción fue miedo, y por un instante olvidó el robot que acababa de comprar, que se había situado a su lado. - ¿Qué tal si nos das todo lo que llevas? Nos pagas los derechos de peaje, y tú conservas la vida, ¿vale? El perro-robot dio un paso al frente. Parecía ser que no se habían dado cuen- ta de lo que era realmente. De repente, una de las figuras que lo acompañaban dijo: - ¡Mierda! ¡Lleva un perro-robot! Será mejor que... Aún no había terminado de hablar cuando el robot se hechó encima del que pa- recía el líder del grupo, el que se había dirigido a Andrés. Cerró sus afilados dientes en el cuello del individuo y arrancó un gran pedazo de carne sanguino- lenta. Los demás se quedaron completamente inmoviles durante un segundo. Cuando se dieron cuenta de lo que había sucedido, dos echaron a correr, mientras el ter- cero de los que quedaban sacaba una pistola y disparaba contra Andrés. Andrés se cubrió con los brazos el rostro. Se dio cuenta de que no había sen- tido ningún impacto, a pesar de ser balas teledirigidas, y levantó la vista por encima de su antebrazo. La bala estaba suspendida a medio metro de distancia de él. Se oyó un golpe seco cuando la bala cayó al suelo, y lo siguiente que se oyó fueron los pasos apresurados del que había disparado, corriendo calle abajo. El perro-robot se estaba ensañando con el cadáver del tipo que había dirigido al grupo. - ¡Basta! ¡Para! ¡Ya está muerto! - dijo Andrés al robot. Nada más decir es- to, paró de destrozar el cuerpo y se puso de nuevo a su lado. Andrés no cabía en sí de lo maravillado que estaba. El hombre aquel (si es que se podía reconocer que era un hombre) estaba completamente destrozado. Aquel cacharro había respondido perfectamente a todo lo que el dependiente de la tienda le dijo. Pero aún quería más, sí. Quería ver todas las posibilidades de la máquina. « Ahora verás », pensó. - ¡Busca! ¡Busca a los que me han atracado y atácales! Si no, me volverán a atacar de nuevo. Con esto último pretendió dar una justificación a sus acciones. No sabía si el perro obedecería esto, pero se sorprendió de que el robot saliera corriendo hacia la dirección donde habían escapado los demás. Con una velocidad que ni un coche de gran potencia hubiera desarrollado, el robot trajo al primero de los tres que habían corrido. Era el que había dispa- rado. Le arrastraba de una pierna, y parecía ser que se la había roto por la fuerza con la que lo agarraba. No paraba de gritar. - ¡Déjame! ¡Aaaghh...! ¡Dios mío! ¡Mi piernaaa...! Antes de que Andrés pudiera decir nada, las mandíbulas del poderoso perro agarraron el cuello del infeliz y lo seccionó de un solo mordisco. La cabeza quedó unida al cuerpo sólo por una tira de piel sangrienta. Su cuerpo se espas- mó un momento antes de que sus brazos cayeran inertes. El robot salió en busca del segundo. Mientras Andrés apartaba la vista del sangriento espectáculo, no pudo evitar echar una carcajada. - Ah, estas máquinas tan inteligentes... El perro-robot trajo a los otros dos de la misma manera y murieron igual que el primero que había traído. Después de aquello, Andrés tuvo ganas de irse de allí. Ya había tenido suficiente. - Vamos, perro. ¡Venga! El perro se puso a su lado de nuevo, y se fueron de allí rápidamente. No era partidario de la sangre, pero... ¡que diablos! ¡Aquellos tipos habían intentado matarle! De repente, el perro-robot se paró. Hizo ademanes para que Andrés le siguiera a donde iba ahora. - ¿Qué pasa contigo? No me dijeron que podías hacer esto. ¿Dónde quieres llevarme? El robot echó a andar. Tenía curiosidad de saber qué quería aquella cosa, así que fue detrás de él. Se metió por un callejón más iluminado que los demás. Al final, había una persona esperando. Cuando se acercó, reconoció al dependiente de la tienda don- de le habían vendido a aquella máquina. - ¡Hombre, que coincidencia! -dijo Andrés, y le estrechó la mano.- Este ro- bot es algo excepcional. - ¿Le ha gustado? Por las manchas de sus dientes, diría que ya le ha defen- dido de un ataque. - Sí, y quería felicitarle por la efectividad con la que llevó a cabo sus acciones. Hizo exactamente lo que me contó, e incluso paró una bala que iba dirigida contra mí. Pero... no me contó que pudiera conducirme hacia otras personas. - Ya lo sé, es que se supone que no está en el programa. Andrés lo miró si comprender. Y siguió sin comprenderlo cuando el perro-robot le rompió el cráneo a la voz de "¡Ataca!" que el dependiente de la tienda dijo de repente. Andrés murió instantaneamente. El hombre se puso unos guantes y registró su chaqueta hasta que encontró la abultada cartera. Contó los billetes. Medio millón. Más que suficiente para pa- sar sin problemas tres años. Sólo un rico imbécil como aquel era capaz de lle- var encima tanto dinero y vanagloriarse delante la gente de que lo lleva, como hizo en la tienda. Era un buen botín, y su plan había salido a la perfección. Dijo al robot un seco "vamos" y éste se puso a su lado mientras se iba de allí. - Ah, estas máquinas tan inteligentes... El hombre rió. Su risa resonó en el callejón. ∞ Líyak el Oscuro
